lunes, mayo 19, 2008

Otras joyas...

-La voz de Rimbaud-

    
Mon innocence ferait pleurer.
    

    
Arthur Rimbaud
    



En una calle de Aswuan,
entre ásperas maderas de calesas destruidas,
un anciano recuerda la voz de Rimbaud.

No recuerda la palabra Nilo,
ya no sabe del desierto (ya está en medio del desierto),
ya no sabe qué es camello ni tampoco poesía.

Es el único del pueblo que jamás discute precios,
para algunos es mendigo,
para otros es profeta,
es el único del mundo que recuerda aquella voz.

Yo lo miro, pero él no puede verme, ya está ciego.
Hay diez manos que me empujan,
hay diez voces que me gritan ofreciéndome el almizcle,
altos nubios de madera, las babuchas.

¿Cómo era? –le pregunto.
¿Cómo era? –le suplico. ¿Cómo era aquella voz?

No me oye,
ni tampoco estará oyendo del mercado el vocerío,
ni el llamado a la mezquita cinco veces por jornada,
ni el llamado de la muerte treinta veces cada día.
No me oye, pero cada vez que quiere
puede oírlo a Rimbaud.

Un lejano día
en un puerto despoblado del Mar Rojo
el francés le dijo: “en mi pueblo ya no soy más que un extraño”.

Un lejano día… -yo recito, y el anciano,
despertando de repente me replica: “Fue una noche,
compre algo, por favor”.

Yo le compro una banana por el precio de un papiro, lo sacudo,
-¿cómo era?
y detrás del sol de Egipto,
otro sol más despiadado me flagela la cordura.

El anciano, el profeta o el mendigo,
reconoce los billetes con tres dedos derretidos: “fue una noche”.
De su boca, mi esperanza, es la única propina.

No consigo despedirme, ya no logro ni moverme, lo estoy viendo todavía.
Un mendigo más
entre miles de mendigos que desoyen al que adoran,
los millones que soñamos un alcohólico Mesías.

Ya está ciego, casi sordo,
con un grado más que ascienda el calor de los desiertos
su recuerdo se fulmina
y la voz calló.

Samsa